Naturaleza muerta by A. S. Byatt

Naturaleza muerta by A. S. Byatt

autor:A. S. Byatt
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico
publicado: 2011-05-31T22:00:00+00:00


La mayoría de los participantes en el debate sobre sociología ignoraban lo que era la sociología. Suponían que consistía en el estudio del hombre en sociedad, que tenía que ser algo bueno y que, además, conduciría a una planificación eficiente, la cual a su vez conduciría a la virtud y la libertad, es decir, lo mismo que se había esperado del humanismo en el debate precedente. También aquí Frederica observaba a la gente. Le resultaba difícil entender qué significaba «clase», «cultura», «elite» cuando todos se mostraban de acuerdo sobre estos conceptos, pero advertía que había diferencias, por ejemplo, entre Tony Watson y Owen Griffiths cuando hablaban de «cultura obrera». Para Tony, las palabras abstractas representaban fuerzas vivas: la cultura obrera era buena, mientras que la cultura de masas era mala. La cultura obrera incluía objetos artesanales, canciones y cuentos, hábitos de comida, hábitos de cocina, todos sacrosantos porque para eso habían nacido. La cultura de masas era la radio, las canciones pop, la televisión, la comida precocinada, las revistas sensacionalistas. Para Owen, en cambio, la cultura obrera era la fuerza de hombres como su padre, que había organizado a otros hombres en compactos grupos de combate para conseguir una paga y un horario de trabajo mejores, lo que significaba tiempo libre para el ocio y la televisión. Owen decía con frecuencia «mi padre», cosa que Tony no hacía jamás, aunque las palabras abstractas del padre de Tony tenían tanta fuerza en la vida de éste como la tenían en la vida de Owen la ardiente ambición de su padre, su elocuencia exhortatoria, su deseo de poder. Para ambos, «cultura obrera» era de hecho su padre. Pero saltaba a la vista que Tony no veía en Owen —agresivo, ferviente melómano y bromista— la clase obrera de la que él hablaba. Y, sin embargo, ¿en qué otro sitio podía ponerse a Owen? ¿Y qué decir de Frederica?

Bill Potter creía que la fe cristiana producía una visión errónea y nociva del mundo, de los seres humanos, de la sociedad. Frederica, como heredera directa, también lo creía, pero había desarrollado una escéptica desconfianza hacia el excesivo respeto de su padre por los «valores» de F. R. Leavis y la «vida» que exponía D. H. Lawrence. En ciertos aspectos, estas cosas —valores y vida— parecían ser una moral y un dios sin nombre ni autoridad.

Frederica se hallaba en una situación difícil y corriente: los elementos de la cultura a la que sentía que pertenecía le disgustaban mucho más que aquellos que le parecían opuestos a ella. Se consideraba una persona sagaz, no ligada a una clase, libre del deseo artificial de ascender por una escala ilusoria, o de una romántica identificación con lo que había de bueno en lo que la había precedido. Se rebelaba por naturaleza contra la «autoridad», y no obstante la complacían más las certezas jerárquicas de T. S. Eliot que la utopía de la revista Scrutiny, que era su medio natural, así como la complacían más el ingenio y la maldad



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